Cuando me pongo delante de la hoja en blanco y tengo que describir el sitio donde he vivido gran parte de mi vida, no me salen las palabras, me aturrullo. Escribo, borro, vuelvo a escribir, vuelvo a borrar. Con la excusa de: «eres periodista», mis compañeros y compañeras presuponen que las palabras y las frases salen más fluidas. Y nada más lejos de realidad. Escribir sobre mi hogar, mi familia, mi gente, mis vecinas y vecinos, mis calles, mis rincones, me resulta complicado, aunque pueda sonar contradictorio.
Por eso, como siempre hago, voy a cerrar los ojos y a trasladarme mediante imágenes mentales a esos momentos que han marcado mi vida en el pueblo. Y el olfato, en esta ocasión, va a ser mi compañero de viaje.
Para mí Buñol es casa, es hogar, es ese olor al arroz caldoso de mi abuela, a la paella de los domingos de mi abuelo, a la «cortesica» que me guardaba mi abuela los sábados antes de comer. Ese olor a lenguado con patatas fritas recién hechas en la bandeja de Duralex, que mi madre clavaba.
Ese ese aroma a sacas viejas y tuberías aún más viejas, de la oficina de mi padre. Ese olor a lejía y a detergente que se entremezclaba con perfume, en la droguería de mi madre.
Ese olor a madera recién cortada y a máquina bien engrasada, de la carpintería de mi abuelo. Es ese perfume a romero en flor en mi «casica» de monte en «La Rambla». Es ese olor a plastelina recién desenvuelta y libros nuevos en el Colegio San Luis. Es ese tufo a tabaco de las «conejeras» y de los «recre» Bola 8. Ese olor a laca y tinte de la peluquería de «la Guaita» y el del fijador de la botella transparente con tapón blanco, de «La Carmina».
Es esa fragancia a murta y espliego por las calles en las fiestas. Ese olor a tomate intenso de nuestra fiesta más internacional. Es ese aroma a jazmín durante los conciertos en «Viachén» y a madera vieja en el gran Montecarlo.
Es ese olor a cloro de la piscina municipal. Ese aroma a pan recién hecho del horno de la «Tía Choco» y del de la «Pajarilla». Es ese olor a «longanisica» que inunda las calles durante las noches de verano. Es esa «olorisca» a reflex, radiosalil y cloretilo en el vestuario donde nos cambiábamos para jugar a balonmano.
Es ese aroma a «panoja torrá» y algodón de azúcar de nuestra feria. Es esa fragancia de la chica que te gustaba y con la que te quedabas hipnotizado.
Para mí Buñol es esa mezcla de olores, aromas, fragancias y perfumes que lo hacen un lugar único y al que siempre quiero volver.
Luis Vallés Cusí
Periodista