Ríos & afluentes

Hay novelas ríos, ríos como novelas o, como el propio Galdós apuntaba, novelas sin novelas, es decir, la vida en marcha… «Sí, Anita Hernández, que era artista de varietés, que tenía una casa en la calle nueva, enfrente de la Consuelo, y que tenía una chiquilla de mi edad, que íbamos juntas a las monjas. No, marido no, no había hombres en esa casa, sólo la Anita, una tía della y la chiquilla… Sí, donde ahora tienen los Feos lo del baile porque se comunica con Rosales.”

Fórmulas narrativas variadas, personajes y discursos, entramados y sucesos que  fluyen sin ningún control externo. Podríamos pensar en «Ulises», tanto el de Joyce como el de Homero. Podríamos pensar en alguna novela de Cela que, aunque no tuvo una biografía exactamente virtuosa, alguna virtud tendrá alguna de sus obras: Mazurca para dos muertos, Cristo versus Arizona 

«Entonces no leíamos como teníamos que leer, si estábamos más verdes que cebollas, no sabíamos nada ni de sexo ni de política ni de , vamos, que hasta la regla era un secreto, pero algunas sí que leían. La tía Pepa y su hija, que vivían enfrente de la casica en que vivíamos, de alquiler, no te creas, en la calle Castaños, leían y leían, iban a casa del Polero en la Plaza, que traía novelicas de canje y ahí estaban, desatendiendo la casa y leyendo, leyendo. Mi suegra también leía, pero eso era otro asunto».

Podemos pensar en el flujo narrativo de Juan Goytisiolo: Los reinos de taifa, Las virtudes del pájaro solitario, Telón de boca… Literatura y vida, escritura y representación, estética y lenguaje.. 

«Mi suegra leía mucho, no como mi madre, que no sabía prácticamente. Después de comer, y ya vieja, se quedaba dormida, y si entrabas, la mesa sin quitar, y escondía el librico debajo de las faldas de la mesa, y en verano, ¿no gastaría luz por la noches dale que te pego?, no te creas».

La vida en marcha y cada persona con su novela a cuestas. Podemos encontrar el latido narrativo vigoroso y potente en la calle, sin más.

«La Anita Hernández, que alguna vez actuaba en los varietés de san Luis o hasta en los Feos, que también hacían espectáculos, y me parece que también ahí venía. Bueno, no venía porque ya estaba aquí, digo, porque vivía en la calle Nueva, ¿sabes?, pero ella iba por ahí por el mundo y la chiquilla y su tía aquí, a las monjas, que estaban muy cerca, ahí junto a los Pallás, donde hicieron un mercado que ya ni mercado es, date cuenta».

La palabra como labor de restauración, de trabajo arqueológico, de fresco. Podemos pensar en Miguel Delibes: Diario de un emigrante, Los santos inocentes, Las ratas… En Arturo Barea: La forja de un rebelde, en muchos Barojas… Y, si leemos a Julián Ríos o a Carlos Fuentes, quizás nos aproximemos a la experiencia del lenguaje como exacto soporte del brillo de la palabra y del relato : 

«Que no te lo pierdas, cuando el polvoríl yo me enteré estando en Valencia en la portería de mi tía que, como se quedó viuda tan joven, y claro, sin una peseta y con las chiquillas… Bueno, pues ahí estábamos, y que los cristales de las casas de la finca de la portería por la calle Norte, que aún estaba sin terminar del todo, temblaban, ¡date cuenta!, temblaban, y decían que si serían maniobras de los soldados en Paterna, y salieron de una central de teléfonos que había enfrente y dijeron que no, que era en Buñol, que había estallado el polvoríl… ¿Y cómo nos íbamos a enterar si no había de ? Ni teléfonos, digo, date cuenta». 

Podemos imaginar un discurso río, podemos imaginar unas página de Elias Canetti, Mijail Bulgakov… Podemos ver que la literatura como tal es aquello que nos hace sentir la vida misma, grande en lo menor, en la exacta dimensión, sin dimensión en la que transcurre. 

«Y además íbamos a hacer fideos a casa de la tía Felina, que tenía una maquinica, y los secábamos al sol, y estaban buenos, aunque la verdad es que nos lo comíamos to, no te creas».

Ríos, Ulises, Joyce, Fuentes, Goytisololo, o la propia Fontana Castalia. En fin, esto sería como estar en el bollo y en la tajá, como identificar la lectura –quizás sea una exageración– como aquello que nos hace vivir más.

«En el bollo y en la tajá, pero qué romancero eres. Eleuterio se murió en Buñol y luego, pues, sin un duro, por mediación de los Collados se fueron a Valencia mi tía con las crías, date cuenta, pero, no te lo pierdas, que la Maruja, que estaba casada con el hermano del tío Rafa, al morir su marido se tuvo que ir a Suiza, ¡a Suiza!, dejando a los chiquillos pequeñicos, pequeñicos, ¡con su hermana! Aunque tuvieron suerte, pues, por mediación de no sé quien, se pusieron a trabajar en la embajada, que no sé si sabrás lo del traje de la embajadora…»

¿Tu te crees? ¡Date cuenta!

Biblioteca Pública Municipal
bibliotecaspublicas.es/bunol

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