Salir a la fresca

Salir a la fresca, tomar la fresca, echar el fresco. Así se denomina popularmente a un ritual que cada verano vuelve en las plazoletas y callejas de nuestros pueblos. Remojar el suelo para refrescar y luego colocarse en los sitios mas venteados, donde la brisa se deja llevar entre las esquinas. Sacar la silla de anea o el sillón de mimbre y disponerse en corro o junto a la pared, para hablar de las faenas del día, conversar, contar chismes, cotilleos…

Es la ocasión para compartir algún postre especial, fruta o algún helado hecho con esmero. Es el momento para echar una partida de cartas o ver juntos la televisión, oír la radio o echar una partida al dominó. Tomar la fresca es la terapia de grupo rural, es la continuación de la siesta, una siesta global y activa, en la que recuperados del sueño y del cansancio, estiramos las horas disfrutando del respiro que la climatología nos ofrece al ponerse el sol.

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La llegada del calor veraniego hacía que por las noches la gente saliera “a la fresca”. Cada cual se traía su silla de casa, para sentarse en un “rogle”, sacar su bocadillo y ponerse a cenar con el vecindario. 

Una bota y un porrón, del que bebían los mayores, podría ser lo más parecido a un inocente “botellón” en aquellas noches estivales. Algunas veladas, una radio solía acompañar con canciones de aquella época, provocando que alguien se soltara a cantar alguna canción. Más tarde, ya cenados, los mayores comenzaban a contar historias, chistes y anécdotas. Digo mayores, ya que ante nuestras miradas de niños, los veíamos así a las madres y los padres. Este paisaje y paisanaje nocturno se repartía a lo largo de todo el Barrio Gila, habiendo muchos “rogles” por las diversas calles. Téngase en cuenta que en aquella época muchos coches no habían.

Iba pasando la noche y llegaba el momento en el que los críos y las crías nos íbamos a buscar más chiquillería para jugar a “torico esconder”, que era eso de que te escondías, te buscaban, te cogían, te llevaban a una pared, y si acaso, te podían liberar. Solo en el Barrio Gila tenías catorce escaleras para esconderte. Alguna bicicleta podía pasear por allí, con la dínamo pegada a la rueda para darse algo de luz. 

Así, y con otros juegos o andanzas, llenábamos las noches de verano. Algunas personas se iban con una linterna al Roquillo, a beber de su Fuente. Más tarde al abrir la “Carretera del Cuco”, las excursiones se diversificaron. Y al final… a dormir.

Con la llegada de los escasos primeros televisores al Barrio Gila, ese verano íbamos con nuestras sillas, a la puerta del bar, donde la habían puesto encima de una mesa, de cara a la calle. Años más tarde, la televisión pasó a ser un elemento más de la casa, y aunque todavía hay personas que salen a “tomar la fresca”, ya nunca fue lo mismo. A día de hoy todavía quedan algunas personas que mantienen la costumbre. ¡Qué sigan!

Venanci Ferrer Tarín
Ex-quiosquero del barrio Gila

 

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