Aquellas Nocheviejas en Buñol

Una vez más, y ya van unas cuantas, vengo a hablaros de historias de nuestro pueblo. Siempre desde la perspectiva de un miembro de la llamada Generación X, esto es, de aquellos y aquellas que nacimos entre mediados de los 70s y mediados de los 80s, y por tanto con una visión personal y parcial. En este caso, de las Nocheviejas que vivimos en nuestra juventud, allá por los años 90 y principios de este siglo XXI. 

Yo nunca he sido aficionado a las navidades, de hecho, he sido siempre bastante «Grinch» al respecto. Obviamente, cuando era niño las esperaba únicamente por las vacaciones y por los regalos, pero nunca me invadió eso que llaman «espíritu navideño». Ahora que soy adulto y padre, sólo me gustan porque mi hijo Guillem nació en Nochebuena y siempre nos hace ilusión celebrar su cumpleaños. Pero cuando era adolescente y, con la suerte de haber vivido en aquellos maravillosos 90s de los que ya hablé en otro número de esta misma revista, las ganas de las navidades se limitaban al disfrute de las noches señaladas. En especial, la que finiquitaba el año en curso: la Nochevieja. 

Recuerdo el bullicio con el que empezaba el día, el almuerzo con los colegas, la quedada para comprar bebida. En los 90s todavía no se le llamaba «botellón», pero ya entonces lo practicábamos. Los nervios que ya estaban a flor de piel esa misma tarde en el histórico Cafe-Bar Patrón, donde nos echábamos las primeras risas y aprovechábamos para recordar
–quien fuera capaz, claro– las anécdotas de Nocheviejas pasadas. 

Me vienen a la cabeza las imágenes de mi madre sin parar de cocinar durante todo el día para que pudiéramos atiborrarnos a comida esa noche. Y, cuando ya fui algo más mayor, las cenas copiosas de nuestra cuadrilla en casa de algún colega. En ambos casos, el empacho duraba poco, porque recuerdo vívamente que después de las campanadas la primera parada volvía a ser Patrón, y después del primer chupito de tequila, entre los nervios y la difícil digestión de tal cantidad de comida, la cena de Nochevieja solía acabar en el W.C. de nuestro añorado y querido bar. 

Ya con el estómago libre de cargas y los nervios templados, inaugurábamos la Nochevieja haciendo el tour habitual de los garitos de aquellos años 90s: Patrón, el Punto, La Kontra, Tubar 30, Chapí, vuelta a Patrón, vuelta a El Punto… Y poco a poco, a eso de las 3 de la madrugada, se iba haciendo hora de bajar a uno de esos antros míticos de baile que hemos podido vivir y disfrutar unas cuantas generaciones. Tuvo muchos nombres: Disco Átomo, Ñu, Hipnosis y, quizá la más conocida por ser la más reciente, la Nicotina. 

Allí se celebraba el fin de fiesta y la reunión de todas y todos los buñoleros que habíamos estado repartidos entre todos los garitos de Buñol. Allí confluíamos para darlo todo en la pista y disfrutar de la mejor música techno todavía tan apreciada, recordada y pinchada hoy en día. A ratos salíamos a la calle subiendo aquellas empinadas escaleras que –dependiendo del colocón– a veces nos parecían el Everest, para volver un rato a El Punto a escuchar algunas mezclas del gran Diego «el Moreno» y para cambiar un poco de aires. La noche la rematábamos de nuevo en las pistas de la Átomo entre saltos, abrazos y momentos catárticos bailando la música que nos molaba con ese nivel de fraternidad, de socialización y de buen rollo que caracterizaba a la juventud de aquellos años y que parece que se está perdiendo hoy en favor de esa falsa sensación de comunidad que dan las Redes in(Sociales) a través de los smartphones.

Recuerdo salir ya a última hora por la puerta de emergencia, con el sol asomándose en un bello amanecer que anunciaba cada nuevo año, con la sensación de que se abría otra página de nuestras vidas y que lo habíamos inaugurado juntas, otra Nochevieja más. 

Años más tarde habían desaparecido algunos bares y abierto otros. Ya éramos más mayores, y en el tour típico que hacíamos en Nochevieja recuerdo haber pasado momentos inolvidables en El Golpe, en la Discoteca El Laurel y más recientemente en el TreintaYTres y en el Wins. En la última etapa en la que salí de fiesta ya habían desaparecido las discotecas en nuestro pueblo y se instauró la moda de las carpas, que pretendían sustituir a las clásicas salas de disco. En mi opinión nunca lo lograron. De hecho, tengo la sensación de que la celebración de la Nochevieja, al menos en las generaciones más veteranas –treintañeros y cuarentañeros– ha ido declinando en favor de las cenas/comidas de empresa –con tardeo incluido– que se suelen celebrar una semana antes de las navidades, y que tratan de alguna manera de rememorar aquellas Nocheviejas que pudimos vivir cuando éramos más jóvenes y teníamos muchas menos responsabilidades. 

Cierto es que mi generación todavía se junta en Nochevieja para cenar con amigas y amigos y que todavía algunos, los viejos rockeros de siempre, se dejan caer después por los garitos que ahora están de moda. Pero la mayoría hemos cedido el testigo a las nuevas generaciones para que vivan sus propias experiencias en la noche de fin de año. 

Sea como fuere, lo que era cierto ayer y sigue siéndolo hoy, es que la Nochevieja en Buñol tuvo siempre la virtud de seducirnos a todas las generaciones, ya que en la mayoría de casos nunca tuvimos la tentación de desplazarnos a otros lugares (restaurantes, discotecas, salones de fiesta, etc…) que no fueran los que había entonces y los que quedan ahora en nuestro querido pueblo. 

Jose Guerrero Moliner
Generación X

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  1. Me ha encantado el artículo,si señor,por momentos he vuelto a esa gran época en Patrón ,el Punto ,el Golpe,grandes momentos vividos en aquellos tiempos y que siempre recordaremos pasen los años que pasen,nunca volverá a ser igual y por suerte lo hemos podido disfrutar,un saludo y te animo a que sigas escribiendo de esta manera.
    Un saludo y feliz año
    Miguel H Rey.

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