Libros Memoria Lectura

A veces imaginamos en la niebla del recuerdo, experienciado o contado, la vida en otros tiempos. Imaginamos la calle San Luis en los años 40 o 50, la calle de los Carboneros, Pelayo, Colón, Cervantes… el espacio fabril del Molino Galán con sus ruidos, olores, arquitectura donde decenas de hombres y mujeres laboraban,  el callejón del Padre Bernat donde Pepe Manuela en el 5 tenía su escuela.

¿En cuánto tiempo podía enseñar a leer o escribir a un chico de 20 años? ¿De qué manera los jóvenes avispados podían aprender de cuentas, soltarse en caligrafía, escribir cartas formales, promocionarse en el mundo?

En Buñol por esos días, probablemente, un 30% de las gentes eran analfabetas y del 70% restante la mayoría tendría rudimentos de lectura muy funcionales y básicos. Imaginando podríamos imaginar que solo un 20%, como mucho, manejaría bien los elementos y las referencias culturales apropiadas para entrar en cualquier texto, en cualquier libro. 

Y de ese probable 20 % con habilidades suficientes para disfrutar de aquello que los libros contienen, ¿quiénes tendrían tiempo para ello después de 12 horas de trabajo, después de atender las casas, las huertas, los hijos, los padres…? ¿Quiénes podrían comprar libros si el precio medio de estos podría ser tres días de jornal?  Y… ¿a qué libros accederían cuando la censura era un oficio y la edición del momento escasa? Leer no era imposible, pero sí, con certeza, difícil.

A veces en la nebulosa del recuerdo, experienciado o contado, traemos a la memoria la tarea singular de hombres como Pepe Manuela, maestro apartado de la docencia por la dictadura. Enseñar pese a las inclemencias del tiempo y de los tiempos, dar herramientas de valor a los muchachos y muchachas a los hombres y mujeres que a su “escuela“ no reglada, informal y casi clandestina acudían tras sus días de labor, en la tarde, en la noche.

Trabajaba Pepe Órtiz en esta informal docencia, sin duda, por buscarse la vida, pero sin duda también por la voluntad irrenunciable de trasmitir las habilidades del conocimiento a quienes no tenían opciones para ello, para asentar con certeza la virtud del esfuerzo y de la formación.

En el Molino Galán fabricaban papel para escritura o de seda para la naranja, en el teatro Penella pasaban “La Lola se va a los puertos”, ”El pequeño ruiseñor”, ”El tesoro de Sierra Madre”… De más está apuntar que había libros proscritos o que un libro podía costar lo mismo que una mesa de camilla o varias arrobas de aceite o que en Buñol no había Biblioteca Pública.

El tiempo incesante va rodando, y por el peso de los ciclos y por el esfuerzo y trabajo de miles de hombres y mujeres las cosas han sufrido un propicio cambio: el acceso a la formación es un derecho, los libros no son un lujo, la edición es abundante y libre, el analfabetismo radical (que no el funcional) no existe, el molino Galán es una Biblioteca… Leer es, pese a las continuas inclemencias de los tiempos, bastante fácil y, aunque hoy el Teatro Penella es un garaje, hay más de tres espacios que cubren su metafórica transformación.

Vivió Pepe Ortiz, vivieron sus alumnos, vivieron las innumerables personas que poblaron esos días, que trenzaron con sus vidas el andamiaje del tiempo que, por breve, los que ahora contamos entre los vivos disfrutamos con toda la benignidad comparativa que no sólo tiene que ver, y mucho, con los libros, la cultura, la información, la formación, la libertad o la lectura.

Pronto seremos bruma también nosotros y sería una pena, aun como suspiro, no traer a la memoria, el recuerdo, el significado del hilo que nos une, del vínculo benigno que, sepámoslo o no, nos entrelaza con todas estas personas próximas o lejanas, conocidas o desconocidas, que dieron y dan sustento al complejo crisol de la vida que portamos. Y… siguiendo el cauce de esta corriente, dos libros: “Claudio, mira” y “Esas vidas”, de Alfons Cervera: La Calle Larga, La Peña Grande, el río, Los Yesares…

Y “Caligrafía de los sueños”, de Juan Marsé: el barrio de Gracia, la señora Mir, la Bodega Rosales, Ringo…

Imaginemos, pues, la vida en otros tiempos: la calle San Luis en los años 40 o 50, la calle de los Carboneros, Pelayo, Colón, Cervantes… el espacio fabril del Molino Galán con sus ruidos, olores, arquitectura, el callejón del Padre Bernat donde… imaginemos, pues, los mimbres que trenzan el tiempo que, por breve, pensamos que nos pertenece.

“Esas vidas”, “Caligrafía de los sueños” “Claudio, mira”. Alfons Cervera, José Ortiz, Juan Marsé.

Biblioteca Municipal
bibliotecabuñol.es

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